martes, 15 de abril de 2008

muerte mansa


Cuando la muerte amiga llega, lo predecible y otras estupideces se deshacen, y lo azaroso, ese zumbido a un costado o detrás de nuestras cabezas siempre ocupadas, comienza a mecer nuestras realidades a su antojo.
¿El silencio de que, o quienes, nos permite esta nueva apertura sentimental al más originario infinito? ¿Qué voces son las que callan en este trágico momentos?
Lo cierto, lo que duele es que no solo entregamos nuestras vidas, desde mil frígidos y superficiales puntos cardinales inexistentes a las voces idiotas; sino que además desperdiciamos nuestro derecho a mirar a la cara la muerte, a nuestra muerte y la de los nuestros.
Vivitos y coleando, o mejor dicho vivitos y consumiendo, callamos y otorgamos la vida y el privilegio de pensar la muerte.
Entonces rodeados de mil ruidos nos movemos en una espantosa pero prolija escena, y se nos aparece una imagen desprolija, que desentona en nuestra coreografía, y enseguidita un intolerable dolor en el cuerpo y en mil lugares que no sospechamos: Es la muerte. Pero no la muerte imaginada y representada otras veces en escena, sino la muerte hecha ausencia. La coreógrafa pide cordura, y nosotros profesionales queremos callar y otorgar.
Dos o tres días en silencio odiando la terrible injusticia que significa la ausencia; y treinta noches más pensando en las deudas que nos quedaron sin pagar a esa vida, ahora solo ausencias. Maldecimos para adentro, bien para adentro, en el húmedo pozo, porqué no nos otorgamos hablar en publico, porque nos avergüenza la muerte y entonces ssshhh
La muerte avergüenza, porque impone el desorden, porque lleno de sensualidad aparece lo azaroso. Ella nos sonroja, y callamos, y continuamos vivitos y consumiendo el camino ordenado, espantoso pero prolijo, que nos han trazado.
Ahora ¿ qué sucede cuando quien muere, no callo ni otorgo, y no tuvo miedo de mirarla a la cara, disputándole cada instante de vida?
Quisimos callar y otorgar, pero María nos entrego una muerte domada y educada por mil envestidas corajudas. Su muerte se nos vino mansita para que cómodamente la podamos habitar con intensos pensamientos y los más bellos recuerdos. La muerte, de nuestra infinita amiga, fue derrotada rotundamente por su vida rodeada de sonrisas y amor.
La amiga María (“la morocha”) nos enseña, entregándonos su muerte mansa, la vida corajuda y eterna de mirar a la jeta a la muerte y sonreír saboreando el triunfo.

jueves, 3 de abril de 2008

a Maria Mellado
no llegó a haber grito...

un charco rojo
se empecino en deborar el mundo
pero se llenó con el cuerpo
de una sola persona