miércoles, 8 de septiembre de 2010

Invitación al bello abismo. Jerez volcado. Jorge Spíndola.


por álvaro urrutia

…con esta piedra del azul
te regalo la imagen de unas manos bajo el agua
mis dedos fríos desdibujándose en la corriente
mientras la sombra de la montaña crecía sobre el río…

Desde Mátame si no te sirvo y Calles laterales Jorge Spíndola viene arrojando a nuestras caras una poética que, paradójicamente desde las voces regionales que lo acechan, va corroyendo, oxidando y erosionando (como la sal y el viento) las fronteras que pretenden clausurar los bellos abismos de toda poética universal. Su lucha incansable va al choque contra lo limitante: antídoto abortivo contra toda creación, tanto artística como política. La materia prima de su poética es arisca y terca; su esperanza comienza al burlar los limites.

Entre tonos dialógales y metáforas que estiran el lenguaje para aprehender las distancia patagónicas el genio de nuestro poeta se decide, una y mil veces por la barbarie. No duda. Elige la voz del puestero, acompañado solo por el paisaje, anhelando el amor de Thelma Tixou desde el póster entre latas de aceite; al ciclista atropellado al costado de la ruta; al chilote curado pidiendo a su esposa que lo deje entrar; a la puta vieja vendiendo loterías… elige para su poesía talones mascados de ginebra. Con sensibilidad inapelable exprime y le saca jugo al fracaso civilizatorio de la Patagonia, que nos habla desde los márgenes de las ciudades petroleras y desde la soledad y olvido que padecen quienes habitan las grandes distancias rurales de este territorio del sur.

En el último poemario, que nos ofrece el suri porfiado, con aún más profundidad que en Mátame si no te sirvo y Calles Laterales, Jorge Spíndola dejando caer la botella inunda las líneas, los limites, burlándose de las fronteras. Jerez volcado esta acodado a la barra de un bar, de un boliche; de esos que son protagonistas inescapable de la fría e inmensa Patagonia. Las grandes distancias que parecen desunir todo el tiempo, encuentran en estos parajes, su lugar y tiempo de unión, de síntesis. En sus conversaciones apasionadas se rearma la multiculturalidad que está en la base de nuestra realidad. Esta oralidad indomable e impredecible es la materia de la que se compone el nuevo poemario del poeta de Trelew.

Desparecen los lados, las fronteras caen derrotadas ante los ojos sensibilizado que mira desde la barra. Fluyen libremente las voces que nuestro poeta acompaña con su lira. Los versos se dejan mover entre cierto regionalismo, acompañado por la tradición y las condiciones geográficas, y las angustias barriales, que Spíndola nos muestra fértiles llenas de inmigrantes, desplazados, desalojados, desempleados, silenciados y olvidados, solo cuando no son maltratados. Despojado el borde, que pretendía debilitar clausurando lo diverso, de su poder hace falta, no una mirada apoyada en un mentado progreso, sino unos ojos que se muevan danzando embriagándose con los verdugos de los limites.

Los personajes de sus poesías, como bien dice Raúl Mansilla, son antihéroes y antiheroínas, únicos e irrepetibles en su cotidianeidad. La intemperie diaria los enfrenta con los vientos; los hace decidir con el corazón por la defensa de las victimas, y contra el sistema dominante, como en ese magnifico Tendal de voces entorno al suceso de las tres viejas borrachitas detenidas en el barrio el progreso. El libro de Spíndola, porque cada hombre es una línea móvil, sale a acompañar a Eufemia a su pequeña e inmensa odisea de buscar chapas a un pozo de petróleo abandonado para hacer este rancho y los corrales. Consuela a esa linda Loly que fue reina en la asociación chilena de comodoro rivadavia, primera dama del rokcanroll, que fue una gran inspiración, porque será madre de naciones / larga heredad andará por los caminos. El poeta, como los márgenes, entre las instituciones viciadas de prejuicios clasistas y “nacionalistas” y la palabra caminada de sus antihéroes no duda.

El poemario se cierra con una quinta parte llamada Fuchotun. Spíndola nos lleva a ese espacio temporal donde todo en la naturaleza acaba secándose y cayendo, pero solo como parte del ciclo, para que luego en el estadio que le siga todo renazca. En el otoño es donde todo en la Ñunquemapu (madre tierra) termina, pero solo para que todo comience nuevamente como cada año. Pero no nos acerca, quizás volviendo, a la naturaleza desde un romanticismo estéril; sino desde una decisión política. Ella va de la mano del anhelo de ser atrapado o contaminado por la sabiduría y paciencia del mapuzungún y sus hablantes. Esa lengua que no desentona con los paisajes patagónicos, que sabe de llanuras, cordilleras y vientos, y el valor con el que se debe resistir los embates que nos acorralan, nos marginan, nos niegan a la par del agotamiento de nuestros recursos.

Lo que queda frente a nosotros es un bello abismo que recargado de realidad reabre incansablemente los espacios y tiempos para el necesario cambio.


(publicado en "la costurerita", nro 2/3)