Con tierra en los ojos se intitula este nuevo poemario de Álvaro Urrutia,
que, a modo de refrán popular, afronta y apronta los modos del decir, le da
carnadura a lo que sucede, al devenir (o destino) en las que se debate cada
criatura humana.
Con tierra en los ojos nos antepone a la ambigüedad de las interpretaciones,
donde las circunstancias dan sentido a la resignificación de la lectura. Pues,
frente a una instancia meramente climática, es permisible que debido al influjo
del viento se termine con tierra en los
ojos; pero también cabe la posibilidad de que sea propiciado de forma artificial,
porque en una pelea uno de los oponentes puede apelar a la artimaña de arrojar tierra en los ojos del rival.
De
cualquier modo, ambos hechos nos sitúan por un instante frente a la metáfora de
la ceguera, ante la extrañeza que el mundo se desaparece en el formato de
imagen y se multiplica en sus sonidos y ecos. Entonces el habla se parapeta
como hilo conductor del ser, lo acoge en su propia perturbación, lo deslinda
del orden natural y lo arroja a la anomalía. Lo invita a rehacerse.
En los ojos con tierra fulgura la desesperación donde lo sólido se disipa,
se afantasma, y el malestar se incrusta sin pausa ni consuelo. Se mastica la
impotencia de que lo real se abisma en los ojos cegados.
Sin
embargo, apelando a la maleabilidad del lenguaje se puede agregar otra
referencia a las expuestas: con los ojos
en tierra. Esta representación en la que se manifiesta plenamente el mundo
es la que encaja en la cosmovisión del poeta y filósofo Álvaro Urrutia. Pensar
y poetizar en un solo cuerpo, retroalimentándose, amparando el alma, porque al
decir de Jacques
Derrida: “El pensamiento ha de ser un acontecimiento, una
invención en la lengua y, consecuentemente, ha de ser en cierta medida poético.
Un acontecimiento de la lengua es una invención poética”. Intersecciones en
donde sucumben las diferencias y la creación poética se anuda a las filosofías
fundantes, considerando que el pensamiento es como un espíritu, como un alma,
cuyo cuerpo es la lengua.
La
poesía es una especie de hervidero en la que comulgan todas las hablas y
escrituras pergeñadas por los hombres; es una maquinaria ambulante y parlante
donde los signos y símbolos creados por diferentes culturas se conjugan y a
través de ellos se relatan, una y otra vez, los mitos y las leyendas de los
pueblos. La poesía es una juntura de barro o adobe que va y viene religando a
los hombres de todos los tiempos. La poesía es como “el río que viene bailando
a nuestros pies”.
Urrutia
sopesa el poder de la palabra, su magia antiquísima, y las convoca al juego de
la lengua y de la vida. Arguye en esa experimentación verbal a la amplia paleta
latinoamericana, plena de sentires y sabores, a la jerga urbana y a la
sabiduría campera. El poeta “juega con las palabras” “dando vuelta las
palabras”: yendoviniendo, rinconesgritos, pampasnoches, piedraspuntadeflecha,
amarillonegrodorados, espinaespermas, marrónbarroso, coloradosangre.
Por
eso será importante el cuerpo, el lugar en donde todo acontece, en la bis que
todo se entreteje, con sus bienes y males, luces y sombras. Ese cuerpo citado
hasta el hartazgo por Alejandra Pizarnik, auscultado por Néstor Perlongher,
diseccionado por Enrique Lihn y Héctor Viel Temperley. El cuerpo como caja de
resonancia donde se asienta y acrecienta la pulsación vital, donde se empodera
la experiencia y en donde la voz cuenta y canta.
El
cuerpo a modo de texto, a modo de mapa de la libertad y la opresión. El cuerpo
en su consecuencia seminal, que, en yunta, se asimila y precipita en el acto
sexual, en la cópula de los sentidos, haciéndose patente en la diseminación. El
cuerpo sonorosito nos dice y rehace
“orgásmiscamente mezclada/ con/ nuestros colores y brebajes”.
El
cuerpo habla, se hace musical, apela al ruido para poder ser oído. El cuerpo jetea, ajetrea; “el cuerpo en su borde grita…”
y nos pone a “cantar con la tierra”, incluso con la tierra en los ojos o con
los ojos en tierra.
Sergio De Matteo
Santa Rosa de Toay, diciembre de 2013
(prologo de "con tierra en los ojos")
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