Nuestro autor entra en la escena literaria argentina en el momento en que Buenos Aires dejaba de ser La Gran Aldea de López iniciando su camino hacia la urbe amenazante y cosmopolita de Arlt. Había, por ese entonces, dejado atrás los 286.000 habitantes de 1880 para alcanzar los 2.200.000 de 1930. Salto dado desde el mundo rural del Buenos Aires post Caseros hacia la ciudad moldeada por el aluvión inmigratorio.
Olivari es el poeta que desde y en los márgenes de la sociedad, en los años 20, olfateó, como dijo Giannuzzi de Almafuerte, la ropa sucia en los aposentos respetables. Márgenes representados por la prostituta, los habitantes de la noche y todos esos seres vencidos que el tango visitó, incluyéndose él mismo en esa pintura: “ya no puedo más, vencido y roto / quede mi ánimo en la brutal jornada / he seguido tus huellas oh! Mi amada, / pero este viejo mal que viene ignoto / el fondo de mi mismo más remoto / me trunca y me deshace como nada” (Porque, 1924). Todo esto que nuestro poeta atisbó, por así decir, desde la vidriera, terminaría aflorando en los 30 a la vista de todos, porque en esos años cierta Argentina tocó fondo.
Olivari, sin embargo, no fue un cronista, todo lo exasperado que se quiera, sino un poeta que rastreaba detrás de las miserias que plantaba en sus textos, un más allá sombrío, que hacía que esas líneas tuvieran, y todavía tengan, una fuerza singular característica. Su voz nos habla aún: “¡Allá! ¡allá! Es tu interjección eterna / ¡más allá!, ¡más allá! Debe estar la verdadera vida / Fuma tirado en el lecho, fuma, / y silba el tango sin fin / que comenzó en la esquina del arrabal del mundo... (¿Sabes, compañero? 1926)
Sus imágenes, a veces atropelladas, no dejan nunca de sorprender con giros impensados. La desprolijidad, que en su época pasaba por defecto, nos parece deliberada, pues fué en aumento en estos sucesivos poemarios. Paradójicamente, o no tanto, permite al lector acceder a una visión no convencional del Buenos Aires de esos años. Hay una curiosa analogía entre esa ciudad abigarrada en su crecimiento desordenado, dominada por la omnipotencia del trabajo, que dejaba tantos seres a sus márgenes, con esa impronta que Olivari se empeñó en darle a sus poemas.
Hay todo un universo de imágenes provenientes sobre todo de la poesía francesa (Baudelaire, también Villon y Verlaine) que entran sin esfuerzo en los arrabales porteños de Olivari, como si pasaran sin transición de alguna callejuela de París a un bar del Once, un cabaret de la calle Corrientes o una cantina del puerto. El acercamiento de Olivari a estos grandes maestros está en función de la singularidad poética y vital más que en su adscripción a alguna estética que la crítica literaria pueda haber hecho de ellos.
A pesar que nuestro poeta después de la edición de La amada infiel abandono las filas del grupo de Boedo para acercarse al grupo de Florida, siguió siendo fiel al pensamiento de los primeros que aseguraban que la literatura debía contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y el dolor (Olivari y Barletta). Esto nos indica la libertad con que, el autor de La musa de la mala pata, asumía su poética, ya que no veía al parecer contradicción en esto.
No falta en los poemas de Olivari el escepticismo en clave de humor y aún una veta nihilista que evidenciaría ciertas lecturas nietzcheanos trenzadas con la imprecación almafuertiana: “no creas en nada y no lo digas, / muestra tu cinismo como una lápida / que te soterré en vida... / Ppregusta la muerte de tus chistes suicidas... (Insomnio, 1926)
Por un lado tenemos su postura cuasifilosófica, que lo hace convivir y vivir con este nihilista que ante el silbato policial “cierra el portal, pone a la moralidad un dique”(Piringundin, 1929); y por otro lado su sensibilidad poética: “Yo tengo un tristeza sin vuelta de hoja, / una tristeza fundamental, / que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento / y se ensaya en amor (Pero la verdad es esta. 1926). Estas se fusiona, con genialidad, en su amor a esas mujeres del arrabal prostitutas o leprosas.
El protagonista de estos tres libros principalmente es la mujer pequeño-burguesa que habita en los márgenes, atadas a su torpe destino prostibulario, como bien lo ven Ana Ojera y Rocco Carbone, en el completo estudio preliminar que posee esta edición. “Cara exdactilografa, actualmente prostituta, / tu caso es un simple caso de permuta / en la bolsa social.” Los títulos de estos tres poemarios no dejan duda sobre esto: La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929). Aclara Olivari: “Ahora amo a las mujeres de ojos grises / como el acero que domina la ciudad.” Nos dicen en el estudio preliminar: “en ellas, en sus cuerpos, el poeta ve inscrita la brutalidad del “progreso” que estaba tomando por asalto a la ciudad”. Y continua más adelante “la prostituta es la única honesta, en tanto deja claro que todos somos mercancía, susceptible de ser comprados o adquiridos”, y esto lo sabe mas que nadie nuestro poeta: “Musa transparente, /hueso solamente, / cutis puramente, / yo fuí tu cliente / hay que pagar!” (Plegaria única, 1926)
Es esa sensibilidad sucia y desprolija la que en definitiva la que lo está salvando del olvido. Un puente en esa salvación es esta pequeña gran edición de tres poemarios suyos muy entrañables que hace El 8vo loco. Ya quien quiera leer a este imprescindible poeta, que es Nicolás Olivar no tendrá que pasar horas revolviendo las mesas de libros usados en las librerías, El 8vo loco nos regala a los lectores de poesía esta manuable edición de sus tres primeros poemarios. Que además cuenta no solo con un detallado estudio preliminar sino también con los prólogos a las primeras ediciones de estos libro, los comentarios que hicieron sus compañeros de Martín Fierro de sus poemas, y las correcciones que el autor fue haciéndole a estos libros. Brindemos por ellos, y por Olivari. ¡Salud!
reseña publicada en "La Posición", número 11/12. bahía blanca -julio de 2007.
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