Por Osvaldo Costiglia
Agradezco a Álvaro su pedido de presentación de este su
último poemario “con tierra en los ojos”. Tierra en los ojos, entonces, tierra
de los caminos y los campos, de sendas nuevas o ancestrales. Y en el juego de
elementos la tierra llama al agua (el rio), el aire (el viento) y el fuego (el
sol). La impronta de los elementos juegan un papel fuerte, creo, en la
estructura de estos poemas, y con nombres sencillos del paisaje tantea una
hondura vital en la tensión poética que subtiene nuestro autor, que los
transfigura. Aparecen así arboles que corren las pampas, yuyales que inclinan
el viento y algo dicen que tal vez sabremos después, hojas que crujen, olimpos
de adobes.
Dice por allí Álvaro, “las cascaras de tiempo llenan las
bocas de tierra”. Tierra/boca, boca/tierra, en ese binomio hay algo que parece
indicar un sentido a la palabra oral, que es no despegarse nunca del todo de la
tierra, del cuerpo, que de alguna manera también es tierra.
Es que el paisaje es un cuerpo en movimiento, y Álvaro sabe
que el cuerpo es el campo que rotura el alma, y la fuerza del sexo que corre en
su mundo, en el mundo y su impaciencia de siglos que lo construyen, lo hace. Y la
voz, en el susurro o en el grito: “siempre fue posible el gritoruido dador de
vida”.
Es notoria, me parece, la presencia en los poemas de Álvaro,
de lo que podría decirse “centros energéticos”: por ejemplo, la tierra
despertada por un golpe de fardo, el viento que barre los campos y hace temblar
los yuyales y correr los cardos, el perro viejo que persigue sus pasos sentado
en el portón. Siempre aparece en estos poemas una zozobra que es poética en su hincapié
humano.
Hay en estos poemas un eco lejano y sutilizado de un
surrealismo no como postura sino como el desiderátum de una búsqueda, y a la
vez una austeridad vigilante de una andadura que busca su objeto, pájaro del
poema, el poema-pájaro que siempre levanta vuelo, un pájaro “verdecoloradoamarillo
/ floreciendo en la renaciente arboleda”. Arboleda de la lengua, de la palabra.
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