martes, 15 de diciembre de 2009

Recuperar el discurso. Apropósito de la obra de Francisco Felkar.









Por álvaro urrutia

Lo particular y enredado de la realidad que se vive y padece en la ciudad de Bahía Blanca y la zona contaminada (más que de influencia), necesita desesperadamente ser explicitada y denunciada sin descanso. No es redundar decirlo una y otra vez, sino redoblar la apuesta: no resignarse.

Explicitar lo que el poder enmascara como la regla, como lo normal es sin duda la tarea más loable del arte. Sin embargo la mayoría de los artistas, en pos de la originalidad, de lo nuevo encumbrado como valor excluyente caen en la frivolidad carente de toda fertilidad y cómplice por omisión.

La autocrítica es un deber, pocas son las voces que se levantan, y menos aún las que encaran de frente la realidad sin cómodos balbuceos y de espalda a los oídos. En esta desolada escena de la Tierra del diablo, se destaca la figura de un joven artista que desde las artes plásticas emprende el camino de recobrar la discursividad perdida. Francisco Felkar entiende, como muchos comenzamos a entenderlo, que vencer el silencio es recuperar la discursividad en nuestra voz.

Retomar el camino de la discursividad, implica desandar de la historia que nos contaron. Es romper a patadas el velo con que nos escondieron la realidad. No es tarea fácil la que emprende Felkar, ya que después de la patada a esa mentira quedan apenas pedacitos, que son un porcentaje ínfimo de los necesarios para la imprescindible reconstrucción.

No cae en la tentación de un romanticismo ingenuo. Su mirada es historicista. Revisa los fragmentos confiables y fértiles de nuestra historia: a partir de ellos es que nace su empresa. No los retoma sino para poner en movimiento símbolos y mitos, pasados y actuales, en nuestro tiempo.

De esta manera, en la serie La Tierra Del Diablo (Huecufü Mapu) pone en la tétrica escena bahiense, apadrinada por la Petroquímica, la Base y La Nueva Provincia, a San Martín descorriéndose una máscara (que me gusta imaginar de oxígeno) para decir: “Seamos libres y lo demás no importa”. También en una recreación del célebre cuadro de De la Cárcova, titulado “Sin pan, sin trabajo y sin aire”, nuestro artista utiliza, no casualmente, el esgrafiado: el raspar para hacer visible la luz. Esta técnica guarda una cierta analogía con su revisionismo histórico. Felkar nos muestra la escena bahiense como oscura, sombría, dominada por el terror y siempre sostenida (cuando no armada) por los sectores de poder que renuevan su maquillaje con el correr de las décadas.

Por otro lado la serie dedicada a Estomba, El Coronel Demóstenes, continua y acompaña aquella discusión que se inició años atrás con la muestra de Guillermo David sobre el, como mínimo, controvertido fundador de la ciudad, y que tuvo como respuesta una misa de desagravio encabezada por los sectores reaccionarios... Felkar, también, pone al desnudo al héroe mostrándolo en sus extravíos e inhumana violencia. Sobre todo lo que descubre es la mentira que sostiene al prócer. Hace una crónica de algunos de los hechos de los que se tiene conocimientos certeros, pero su rostro en ella siempre está borroso, y sus gestos casi exclusivamente son delirio, sangre y muerte. Triste destino el de Estomba, quizás premonitorio del destino de la ciudad.

Es en la serie Metamorfosis en donde nuestro artista, que reside en General Cerri, con gran genio sintetiza la trágica historia de nuestras pampas y puntualmente de esta región. Tomando prestada la discursividad de la historieta, nos muestra diferentes mitos, siempre vigentes y en movimiento, de nuestra sociedad y de las que nos antecedieron. Así nos presenta la metamorfosis del Choique huentrú (hombre trasformándose en ñandú), o la leyenda de Ombi (la mujer convirtiéndose en Ombú). Pero también nos explicita otras que nos evidencian los cambios de forma del poder que nos oprime. Es el caso, del cuadro titulado “Progreso“, en el que Felkar nos muestra en cuatro recuadros la evolución o progreso de un Rémington disparando (sinónimo del genocidio contra el pueblo mapuche), pasando por el arma inclinándose humeante hasta quedar en forma vertical siendo una chimenea contaminante de la Petroquímica. A su vez denuncia el desprecio que tenemos con nuestra tierra agobiada por indiscriminados desmontes y sequías, que sin duda son síntomas de una futura desertificación: en cinco cuadros consecutivos nos muestra una Pachamama-Ñuquemapu (madre tierra) que se metamorfosea desde un rostro con piel suave y lisa, hacia una piel resquebrajada (como las paredes de Ingeniero White) por la indiferencia.

Conocer la obra de Francisco Felkar invita a trascender el hecho artístico de su creación. Nos pone frente al movimiento ineludible en que se encuentra la realidad, obligándonos a elegir entre ser espectadores pasivos o protagonistas luchando contra la alineación.