miércoles, 27 de enero de 2010

Bustriazo Ortiz: ronronear de las ánimas pampeanas.



Por álvaro l. urrutia.

"La riqueza de la pampa será para todos"

Juan Callfucurá

"piedras azules pasan volando"

Juan Carlos Bustriazo Ortiz


I

La Pampa seca es el territorio que se extiende, descansando, desde la precordillera hasta el sudoeste de la provincia de Buenos Aires; gran distancia sólo habitada por suelos arenosos, médanos, lagunas, salinas, alpatacos, caldenes, pumas, yararás, restos arqueológicos de un pasado no muy lejano...Huesos blancos de vientos y a veces, también, hombres. Lo que hay acá es paisaje, naturaleza. Lo telúrico y lo vegetal son los dominadores de este imperio. No es fácil la vida, quizás sea imposible, para quien desafíe a las ánimas de la pampa árida no convirtiéndose en paisaje. Éstas son celosas, saben de la necesidad que de ellas tienen los seres vivos, y reclaman ser escuchadas.

En muchas oportunidades estuvieron estas extensiones soledosas nombradas en la literatura argentina, pero las más de las veces sólo en forma arquetípica. Se arrojó sobre toda posibilidad de comprensión la palabra “desierto”. Arquetipo exagerado y cruel. Que duele en los ojos, en los cuerpos, en los huesos, en la sed transformándose en alcoholismo violento e indomable.

La palabra duele. En este espacio extenso, de vegetación espinosa que parece lastimar hasta el mismo viento, no puede existir sino un otro hostil e irracional: “salvaje”. Él no puede ser más que parte del paisaje, y por ello, a ojos racionales y civilizados, culpable de él. En un primer momento fue el “indio” quien anduvo estas distancias en cómoda armonía con la naturaleza, cruel, en el Malón, con quienes se les oponían. Después fue el gaucho, desdeñados en la pos-independencia, culpable también. Cruel por su proximidad con el “indio” y por su amistad con el paisaje. Pero en él la culpa no sólo le viene del exterior, como le sucede al aborigen, sino que también le viene de sí mismo, de su origen europeo, civilizado, y de su presente casi salvaje. El gaucho a pesar de su conocimiento de las pampas y su buena convivencia, aún no puede sentirse armoniosamente parte de ella, porque no fue su decisión sino que fue confinado, expulsado a estas tierras. Ahora las inmensidades son recorridas violentamente por grandes tractores, enemigos de algarrobos, caldenes y alpatacos, de animales, ánimas y paisaje. Amigos fieles de la palabra “desierto”, que acabarán al fin por hacer efectivo y cierto el uso del perverso arquetipo para nombrar nuestro territorio.

No es la voz del gran tractor, que dice insistentemente la palabra “desierto”, la voz de la pampa. No puede tener una voz ruidosa, enemiga de sí misma. Esta debe estar acompañada de la música que hace el viento y el vegetal espinoso al acariciarse sensualmente. Ella resiste esperando las jetas que sepan nombrar sus caprichos telúricos y vegetales. A ojos no muy oscuros, la derrota se presenta inevitable, pero ella acecha en aparente quietud, como el puma, y su ataque es silencioso. Sobre esos alambrados que encierran los campos, con la intención pueril de luchar con la inmensidad negándola, la pampa ataca, y nacen insistentemente retoños de piquillines y chañares que siempre acaban por destruirlos; sin duda con la intención de desalambrar.

La voz que esta tierra espera resistiendo es la voz-paisaje. Voz hermanada con la de sus hijos asesinados o conquistados, no en las pampas, sino en el “desierto”. Ella exige reconciliar, recuperar o recrear, nuestro ser con estas extensiones y con una forma armónica de estar en la naturaleza.

II

En la obra de Bustriazo Ortiz queda explicitada, como en pocos lugares, esta necesidad, y uno de los caminos de búsqueda. Nuestro poeta, como los originarios de las pampas antes de que Pedro de Mendoza tuviese que dejar abandonados caballos y ganados, es un hombre de a pie. El cuerpo de su obra poética, del Canto Quetral, tiene las patas bien apoyadas en estas tierras, hace pata ancha en ella. Su cuerpo imitando a los mágicos métodos baquianos se arroja sobre el suelo, apoyando la oreja, para sentir el latido de la Ñuquemapu (madre tierra). A la inversa que Guinnard, aquel cautivo francés de Callfulcurá, Bustriazo con cada uno de sus sentidos educados en las pampas busca encontrar el rumbo de la indiada para ir hacia ella, y no para escaparles.

En su merodear el territorio sus versos dieron con describir y sobre todo darle voz a ese sujeto de tierra adentro casi siempre invisibilizado por los arbitrarios recortes que se hacen a la hora de pretender abarcar estas distancias. El hombre hecho pampa, confundido entre alpatacos, chañares y caldenes desde los primeros escritos de Bustriazo es quien habla en estos versos. La cotidianidad y la conflictividad identitaria de esta inmensidad son la tierra fértil y sensual en la que crecieron sus setenta y pico de poemarios.

Es arriesgado tratar de definir coordenadas de una obra como la de Bustriazo que a penas conocemos en fragmentos, pero éste es un reto ante el que no voy a retroceder ni aquietarme. A contrapelo de las condiciones materiales, ya que he podido abordar la obra solo parcialmente, diré que visualizo dos etapas en esta poética. En la primera, las poesías se dirigen hacia la Pampa Honda, puntualmente va hacia la comprensión de esos hombres y mujeres que pueblan esas tierras, que aun hoy se la quiere ver como deshabitada: como un desierto. Sus protagonistas son hombres y mujeres en los campos en su cotidianeidad, y el paisaje de la pampa árida. Pero la profundización en este camino lleva ineludiblemente a Bustriazo a una segunda etapa. Porque estos hombres de tierra adentro, de nuestra América Profunda, están en unión indisoluble con el paisaje, con la Madre Tierra. Son chilotes, mapuches, ranqueles que saben que la tierra no discrimina, sino que hermana desde su irrenunciable condición de madre. La segunda etapa, desde el enfoque temático que en este momento me ocupa, es progresiva con respecto a la primera. Sobre todo lo que encontramos en ella es un magma, una unión orgiástica-amorosa de todas las voces de las pampas, a la que se le suma el cuerpo de nuestro poeta, empujado por los ronroneos de los antiguos de estas tierras.


III

Las animas de las pampas, como el felino, en su paciente espera solo dejan escuchar su ronronear entre las plantas áridas y espinosas. Bustriazo sabe del acechar redentor de los derrotados y silenciados. Entre los ruidos ensordecedores el Penca escucha que le dictan. Se detiene en las plantas espinosas, en los aleros silbadores, en las piedras decidoras, en los médanos negros, en las pinturas, en cada ser vivo, en las cópulas del guanaco, en los boliche. Todo tiene el ánima efervescente en palabras.

Bustriazo hermana su ser con los originarios, antiguos y contemporáneos. Se hace llamar Piedra Juan , atraído por una tradición de estas distancias de piedras poderosas. Como aquella piedra mágica (Cherrufe) que poseía Juan Callfulcurá (piedra azul) dominador de las pampas, que recibió su madre mientras lavaba la ropa, según cuentan; Bustriazo también tiene las suyas. Las piedras indias le hablan. Él se convierte en piedra. Dice: soy esa piedra que canta.

IIII

Con el rigor irreversible con el que decide la naturaleza, Bustriazo, el Piedra Juan, acompaña el desbordamiento simbólico que una y mil veces sacuden al continente todo. Deja que los bellos abismos amerindios le elijan el canto.

La lengua española impuesta por los opresores, padres del silencio, queda de rodillas, las más de las veces tirada en el cemento ante nuestra inabarcable realidad. El Penca Bustriazo la alza, la saca al viento para que la erosione, la aprieta contra sus amantes, enciende fuego con su dureza. Seca al sol la gramática mientras va al boliches a tomar algo y compartir historias. Con esta lengua se saca la tierra de los ojos, la pampa que se le viene a la jeta. Completa las palabras gastadas de tan austeras con adobe convirtiéndolas en neologismos telúricos, en tierra entrando por los ojos y por las orejas. Llenas por vinos conversados y acompañadas de piedras decidoras. Las palabras son, después de estos movimientos, símbolos de una historia que exige la redención de los vencidos.

Leer los libros de esta segunda etapa implica desandar un camino que ni siquiera se sospecha existente. La primer lectura es necesariamente insuficiente, porque el Piedra Juan recarga cada palabra de un universo simbólico pampeano que nos han ocultado. Sí consecuencia de nuestra desesperación perseguidos tendríamos que atravesar corriendo la pampa árida, al llegar al otro lado, nuestro cuerpo lastimado por espinas de alpatacos, chañares y piquillines, desde el dolor, nos haría entender la naturaleza de estas distancias; lo mismo sucede con nuestra alma al atravesar Unca Bermeja, Canción Rupestre o Elegías de la piedra que canta. Los símbolos recargados en materiales, llenos de voces de la pampa árida despiertan nuestra mente y nuestro cuerpo; obligan a emprender un nuevo camino, nuestro camino.

Ahora, el símbolo existe siempre y cuando exista un mito que lo comprenda. Toda la obra poética de Bustriazo Ortiz, imagino que también su vida, tiene una única e inabarcable destinataria. Es ninguna en Unca Bermeja, pero siempre es todas y dominadora de todo. Es mujer-hembra, mujer-madre y mujer-tierra. Es Ñunquemapu, Pachamama, Madre Tierra. Esta mujer que rebalsa sensualidad y fertilidad, madre de cada hombre, de cada árbol, de cada animal es el mito que recrea y pone en movimiento el Piedra Juan, es el suelo en el que hace pata ancha el Canto Quetral. Es el ronronear de las animas pampeanas despertando una mirada redentora. Es la nación en la que muchos queremos que haga pata ancha nuestra esperanza.

(texto leido en en 3° Jornada Canto Quetral "La Poesía de Juan Carlos Bustriazo Ortiz". Centro Municipal de Cultura -5 de diciembre 2009)