viernes, 10 de octubre de 2008

Sarmiento i la barbarie.

por álvaro urrutia

Al comenzar a leer a Sarmiento nos encontramos con un obstáculo: enfrentarse y atravesar esa gran barrera que es su rostro ceñudo y severo que nos acechaba en nuestros días de infancia, en nuestros días de escuela. Pero, para esto alcanza solo con la lectura de los primeros párrafos del Facundo. En sus letras se deja ver en todo su esplendor un Sarmiento, más que ceñudo y severo, extremadamente pasional.
El poeta y maestro de escuela Almafuerte, quien fue visitado por Sarmiento en varias oportunidades, le hace decir a este en los versos finales de su soneto titulado Dijo Sarmiento:

¡Yo soy de los que rajan, por gigantes,
la dura piel de sus estatuas duras!

Almafuerte, autodidacta e indomable educador, acierta de forma magistral en estos versos.
El ceño severo es superado largamente por el gran tamaño del pensamiento y el genio de Sarmiento. Hay que dejar claro que esa imagen severa que nos enfrenta desde los bustos que decoran nuestras escuelas, es heredera del automito que recorre su obra. Almafuerte, seguramente también se refería a este automito.
En su libro fundamental Facundo. O civilización y barbarie nuestro pensador deja mas que claro su elección por la civilización; pero, a pesar de su intencion, según mi mirada, queda abierto entre esta elección y la forma en que se encuentra escrito el libro un abismo insalvable. A lo largo del libro vemos como Sarmiento niega con su intención, pero que en sus descripciones se le escapa cierta admiración por ese universo bárbaro, y con él también por Rosas y Facundo Quiroga. Nos dice Matías Bruera (en su libro Sarmiento y la fermentación argentina) “No debemos dejarnos cautivar por su adjetivación. No desdeña a Quiroga, y a Rosas lo considera un rival nada despreciable. Su prosa esta henchida de tal virtud sugestionadora que (...) lo lleva a establecer un sorprendente paralelo con Rosas y a visitar, de anciano, la tumba de Quiroga”. También las descripciones de los elementos bárbaros están plagadas de cierta admiración. Basta leer el Capitulo II Originalidad y caracteres argentinos donde nos dice:

El hombre que se mueve en esta escena se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto.
De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza”.

Pero no solo lo admira por sus dotes poéticos, sino también por sus distintas capacidades, que tan útiles le habían sido a la patria en otros tiempos. Léase las descripciones que se hacen en el Facundo del Rastreador, del Baquiano, del Gaucho Malo y del Cantor.
Pero no debemos quedarnos en una comprensión superficial de este libro que determino para siempre el pensar nacional y continental; debemos, también ir mas allá de lo grande, para arribar a eso gigante en él que raja (definitivamente) “la dura piel de sus estatuas duras”.
En Sarmiento por primera vez en el continente Americano la barbarie tiene onticidad. En la literatura que lo antecede, ella era apenas nombrada o absolutamente desdeñada. La barbarie, resultado de un hombre dominado por lo telúrico, es decir por el paisaje, es definido por él, por oposición a la civilización. De este modo, bien o mal, le esta reconociendo una onticidad igual o mayor, a la del ser europeo, civilizado.
En este extremo de mi interpretación, me veo obligado a recurrir, por propia incapacidad y por mérito ajeno, a Rodolfo Kusch quien nos arrojara luz sobre este tema. En La seducción de la barbarie realizando un pequeño juego dialéctico nos dice “en esta oposición entre civilización y barbarie se aísla a esta conceptualmente, se la desentraña de la civilización por resentimiento –pero como en todo resentimiento se participa de lo que es objeto de odio- la civilización (...) brota en cierta manera de la barbarie.” Esta es “una realidad que se da enfrente, que no puede modificarse y que por lo tanto se intenta sustituir violentamente por otra.” Kusch, como es su costumbre, va aun más lejos y sentencia refiriéndose a Sarmiento: “Es un poco antibárbaro por un lado, pero bárbaro por el otro aunque a regañadientes y por seducción. Sarmiento es uno de los pensadores que presiente en la barbarie una fuerza seductora...”
Parece inevitable admitir que con estas palabras Kusch da el golpe certero que raja, definitivamente, “la dura piel de sus estatuas duras”. Pero, también hay que decir que la gran masa capaz de rajar tan duro mármol, el mismo Sarmiento, desde su inconfesada barbarie, la creó, y Almafuerte lo supo.


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