viernes, 11 de enero de 2008

Camino a Tarija

Después de pasar la noche en una pensión, molestados constantemente por las preguntas incesantes e insoportables de Mariela, la hijita de la pensionera. Para colmo la borrega era re xenófaga, odiaba a los bolivianos, peruanos, chilenos, mejicanos... Demás está decir que segun nos dijo su sueño era "ser presidenta de los Estados Unidos". Creo que fue una amenaza.

Ahora, estamos en camino a Tarija. Tenemos siete horas de viaje si la suerte nos acompaña. El camino es de tierra y muy paligroso según nos dijeron, esto se agrava por la copiosa lluvia que nos acompañó toda la noche.

Apenas van media hora de viaje y el cole ya está parado porque pinchó una cubierta. Está detenido en medio un llano desierto, sólo se ven a kilómetros cadenas montañosas a ambos lados del camino, y casas de adobe derruidas. Terminé de escribir y el cole enseguida se puso en marcha. Sólo pasaron diez minutos y ya estamos entre grandes montañas. El camino es sólo una huella, a un costado las montañas y al otro un precipicio, en algunos lugares de hasta mil metros. El paisaje es increíble. Picos sumamente erosionados y el terreno sumamente árido. Bajamos y subimos las montañas víboreando con el corazón en la boca y toda nuestra fé en las manos del chofer. Los colores de las laderas varían desde un rojo colorado hasta un caqui o un gris oscuro, casi negro.

Hace unos minutos el cole se rompió, "el diferencial" dijo Juan. Estuvimos unos quince minutos parados. El conductor, que es un groso para manejar por estos caminos, va acompañado de un mecánico. Martillo, alambre y maña arreglaron el problema en veinte minutos. Como ameritaba la situación, nos fotografiamos con ambos héores.

Juan y Mati aseguraron ver un cole, todo retorcido (hecho mierda) al fondo de un precipicio, testimonio de los riesgos del camino. Por desgracia no llegamos a sacarle una foto, pero por suerte ese no es nuestro colectivo.

El cole no es muy bueno, es chico, pero aún así no tiene nada que enviadiarle al Río Paraná.
Hay algunas casitas con potreritos divididos por paredes de piedra que hacen las veces de alambrados, y también sirven para protegerlas del agua. Se ven muchas cabrasabajo en las laderas de las montañas.
Según me cuenta Enrique, mi acompañante, comerciante de Tarija seguiremos subiendo hasta Cuesta Lezama y de ahí nos resta una hora en bajada hasta la ciudad.
Somos unos pajeros sacando foto a todo. Nos mira todo el colectivo, para colmo somos los únicos gringos. Parecemos japoneses.
"¡Baño!" grita el colectivero y bajamos todos a orinar a uno de los baños más grandes del mundo.
Acabamos de sacarnos una foto con el chofer y el mecánico.
Los corrales de piedra se hacen parte del paisaje. En algunos de ellos en la tierra hay sembrados de maíz, albaca... Hay también un precario sistema de riego. Es increíble como en este terreno desamparado y sin recursos la gente se las arregla para vivir, seguramente con un conocimiento que le viene de siglos del imperio. También acá siembran en terrazas.

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