domingo, 3 de febrero de 2008

uf... el camino

Anoche brinde por ella en el lado norte. Me quede con los chicos.
A eso de las doce y media Salí caminando para el lado sur, no sin antes pedirle permiso a la Pacha ofreciéndole un poco de lo que estaba bebiendo, lo hice a mi manera, desde mi paganizad “civilizada”. La tormenta era mucha tormenta, pero mucha; le pedí que me permita llegar o que me elija un camino.
Mientras caminaba el temor se me hizo carne, pero en cada segundo me acorde de que había pedido permiso y que por eso no iba a pasarme nada que no tenga que pasarme.
Como el camino era de tres horas, comencé el camino con la linterna apagada, para ahorrar pilas, así hice los primeros cuarenta minutos. Creo que ahí fue cuando me perdí… No encontraba el camino. Quise volver, pero también estaba perdido para hacerlo. Desesperado subí a la cima de una montaña para ver si veía alguna luz, con el riesgo de que me parte un rayo ya que la tormenta eléctrica era mucha. Camine mucho sin saber donde estaba, la lluvia en ese primer tramo era escasa.
No dejaba de caminar para descansar porque mi ropa estaba muy mojada y si dejaba de hacerlo me moría de frió. Trate de que el cuerpo siga caliente, por eso no deje de caminar.
Al fin después de mucho buscar y mil rogativas improvisadas a la Pacha, halle un sendero. Conducía a un pequeño pueblito, pero no era el pueblo que yo buscaba ni del que había partido, sino que era Challa. Caminaba, y no podía salir del pueblo, siempre le erraba de camino y volvía a andar el mismo camino una y otra vez. A la cuarta vuelta que di, ya lloviendo mucho, escuche un sonido: “kokoko ko, kokoko ko”. Este se repitió varias veces. Trato de escuchar mas atentamente, cuando de repente veo que se enciende un luz y nuevamente: “kokoko ko, kokoko ko”; hice señas con la linterna, me respondió otro “kokoko ko, kokoko ko”, y fui para el lugar. Eran unos trescientos cincuenta metros en subida. Cuando llegue encontré a un hombre de unos sesenta años; Eusebio, me dijo cuando lo salude. Le pregunte por donde se iba al lado Sur de la Isla, me dijo que estaba a una hora y media, pero a pesar de mis ganas de seguir, mitad hablando en aymara y mitad en español, no me dejo ir de ninguna forma. Que tenía que pasar la noche en su casa y que tenía que seguir a la mañana. No pude negarme a tamaño gesto de hospitalidad. Además ya eran las cuatro de la matina…
Más de cuatro horas estuve caminando perdido en esta isla del lago más alto del mundo…
La conversación con Eusebio era muy difícil, su lengua era el aymara. Me dijo que espere, me señalo un reparito con la mano, fue hacia una habitación que estaba al otro lado del patiecito y busco una llave. Cuando abrió la puerta de esa habitación pude ver en las paredes de esta varios posters de Evo Morales y del MAS, entonces le mostré mi WIPHALA y se puso muy contento al verla. Quizás ese fue el punto de más comprensión entre ambos.
Me llevo a una habitación, en la que había tres catres y me invito a que me acueste. Las camas consistían en un catre con varios cueros de oveja y de llamas que hacían de colchón, y cinco chamales para taparme. Eusebio no se fue hasta estar yo acostado. Yo esperaba que salga para desvestirme, y el no se iba… Que me acueste me decía todo el tiempo señalándome la cama. Al final vencí el pudor y le hice caso. Mientras me iba sacando la ropa super mojada, Eusebio la recogía del piso y la tendía en los respaldos de las camas para que se sequen más rápido. “Sáquese la ropa mojada”. Cuando termine de sacarme la ropa, y me acosté sobre la cama el viejito se apuro a arroparme, y me dijo que descanse que a la mañana me despertaría con té caliente y pan. Cuanta hermandad y cuanto amor tuvo ese hombre para conmigo. No puedo ni siquiera sospecharlo…
Me costo más de una hora dormirme, me costaba creer lo que estaba viviendo. Pensé en como contarlo, en si había una forma de agradecerle tamaño gesto, y si debía irme de esa casa…
A las siete y media me despertó, con la misma hermandad que antes. Me dijo que estaría en la cocina, que me esperaba allá. La cocina era la habitación de donde había sacado la llave a la noche, ahí estaba su chola cocinando y alimentando a unos conejos que tenia. Me sirvió un té de manzanilla y un pedazo de pan casero. Me mostró orgulloso la camiseta de fútbol de la Isla del Sol, donde jugaba su hijo. Conversamos de muchas cosas no siempre entendiéndonos.
Al irme le deje mi wiphala en forma de un eterno agradecimiento. No tenia nada de plata para dejarle… Quedo muy contento. Me acompaño unos 600m para mostrarme el camino y que no me pierda de nuevo.
Me fui prometiéndole volver el año que viene, se alegro por eso, y me dijo que venga con amigos si quería, que su casa estaba disponible para mi.
Me emociono de solo recordarlo.
Ahora entienden por que me enamore de Bolivia.
Sabado 19-01-08

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